la golondrina






Érase una vez una golondrina a la que le daba mucho miedo salir de su nido. Sus hermanas ya habían salido hacía días y a ella, con solo pensarlo, se le erizaba el pico. Lo intentaba, pero cuando se asomaba siempre decidía dejarlo para más tarde. Pasó por allí un gorrión con desparpajo y le preguntó qué le ocurría. Con voz tímida y entrecortada respondió que tenía fiebre y que no tenía fuerzas para salir del nido. El gorrión creyó sus palabras y se apiadó de ella. Aquella mañana compartió con la golondrina toda su comida. Como agradecimiento ésta le invitó a pasar la noche, aunque él prefirió emprender el vuelo. Al día siguiente la golondrina se asomó un poco más para mirar el suelo y casi consiguió soltarse, pero decidió que lo haría durante la tarde.  Pero en la tarde ya fue demasiado tarde, y lo dejó para el día siguiente.



Al día siguiente pasó por allí una paloma y le preguntó si se encontraba bien, ya que la veía temblorosa a pesar de que el sol lucía con fuerza ya a primeras horas de la mañana. La golondrina contestó que tenía frío porque estaba constipada. Entonces la paloma le prometió traerle unas hojas nuevas para que pudiera abrigarse un poco más.  Cumplió su promesa después de un día muy agitado. Además de las hojas le regaló su tiempo contándole lo duro que era estar mendigando los mendrugos de pan en el parque y tener que escapar de los niños que la perseguían sin parar. La golondrina la invitó a pasar la noche, pero la paloma ya tenía un rinconcito que sólo ella conocía y en el que podía descansar tranquila. Cuando se quedó sola, la golondrina pensó que fuera de su nido tampoco había nada demasiado extraordinario, niños que te perseguían y mucho trabajo extra para encontrar comida. Pensó que mejor sería no hacer nada, de momento, y mantener limpias sus plumas azuladas entre sus hojas nuevas y secas en su nido grande y confortable. Sin embargo, antes de dormirse, para tranquilizar su conciencia, también pensó que a la mañana siguiente lograría emprender el vuelo, al menos para estirar sus alas, aunque volvería rápido al nido por si venían sus amigos a saludarla.



Cuando se despertó estiró sus alas para alzar el vuelo, pero unas pequeñas gotas de lluvia la disuadieron una vez más. En ese momento una cigüeña que pasaba por allí le preguntó por qué estaba tan asustada. ¿Asustada, yo? - gritó. Tan solo estoy constipada- dijo. Sin embargo, no logró engañar a la cigüeña que había recorrido el mundo entero y si de algo sabía era de corrientes y constipados a lo largo de los cinco continentes. Decidió quedarse con ella una mañana para ver cómo podía ayudarla. Empezó a contarle maravillosas y divertidas aventuras. También quiso contagiarla de los sabores de deliciosos manjares, de los colores y olores más característicos a un lado y al otro del océano. Los ojillos de la golondrina brillaron de entusiasmo y la invadió una inmensa alegría con aquellas historias, pero a la vez una inmensa tristeza por todo lo que se estaba perdiendo. Mientras hablaban, el gorrión le llevó a su amiga unas migas de pan, que ella agradeció con entusiasmo. Más tarde la paloma también le llevó un tapón con agua fresca y la golondrina volvió a agradecer el detalle. Cuando se hubieron marchado la cigüeña no tardó un segundo en beberse el agua y en comerse el pan y emprender la marcha sin decir adiós, ante la sorpresa de la golondrina a la que se le quedó el pico encogido de hambre y de sed.



La debilidad de la golondrina trajo a su cabeza de nuevo la idea de saltar. El hambre y la sed le daban cierto valor. La cigüeña que la observaba en la distancia esperó paciente, sin permitir que ninguna de otra ave se apiadara de la preciosa golondrina, que de ser consciente de su grandeza y sus habilidades no estaría en el lugar en el que se encontraba. Esperó el tiempo oportuno. Cuando creyó que era suficiente, se acercó con un trozo de pastel en el pico. Al olor tentador, la golondrina volvió a sacar su cabecita. Cuando sus ojos vieron aquella visión de ensueño, empezó a relamerse y su barriga dio un vuelco. La cigüeña dejó caer el suculento dulce al vacío cuando se había asegurado que el hambre y la sed ya eran suficientes como para superar el miedo. En ese instante la golondrina, levantó las alas y sin pensarlo bajó en picado y no paró hasta sentir el azúcar recorrer todos sus sentidos. Creyó estar en el cielo, sin darse cuenta que realmente lo estaba. Entonces entendió lo tonta que había sido durante el tiempo perdido. El aire que acariciaba sus plumas le confirmaron lo fantástico que era volar y luchar por lo que uno necesita, por lo que uno sueña.



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