COLORES


Las palabras escritas en aquella carta le hacían imaginar el sonido de su voz. Aquellas frases comenzaron a acompañarlo en cada batalla minimizando el estruendo de la guerra. Hasta que llegaron aquellas hojas de papel que olían a lavanda, había decidido que morir tampoco sería un mal final para alguien como él. Después de todo, llevaba demasiado tiempo lejos de la belleza. Sus lienzos, las texturas, el olor embriagador de las pinturas, la búsqueda constante de algo que fuera digno para formar parte de sus cuadros, quedaban muy lejos. Los días previos a su renacer, fueron grises, duros y despreciables. Por ello, empuñar su arma en vez de sus pinceles le estaba encogiendo el corazón bajo aquel uniforme verde y sucio.  Pero las palabras de una desconocida se adentraron en él y se convirtieron en las pinceladas de color que venía necesitando. En las noches en la trinchera, cuando el cansancio lo abatía,  en los momentos de duermevela, imaginaba que aquellas palabras escritas para evitar la fatiga de los soldados, contenían una auténtica declaración de amor. Deseaba conocerla por encima de todas las cosas, y ese deseo se convirtió en el resorte que lo impulso a agarrarse con fuerza a la vida. La pintaba en su mente con una melena rubia  ondulada, joven y con una media sonrisa, con una nariz pequeña ligeramente aguileña, con un traje blanco bajo los destellos del atardecer. Veía la mezcla de colores en su paleta buscando el tono exacto de su piel y  la suavidad de su ropa, e iba construyendo su obra maestra mientras sonaban los disparos. El rojo de la sangre lo llevaba al rojo de su boca. El fuego a los rayos naranjas de una tarde entre los olivos. Tras varios días desde el último  correo,  cuando el universo cromático se perfilaba en su cabeza, una bala pérdida lo tumbaría bocarriba mirando el azul intenso del cielo. El mismo azul con el que pintó, en los estertores de la muerte, los ojos más bonitos que jamás hubiera imaginado.

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