A MI PADRE


El final fue aún más triste
cuando ambos supimos que era el final.
Vino entonces la memoria con sus manos abiertas
al borde de nuestro abismo
con recuerdos llenos de nosotros
que agazaparon al miedo en mis ojos.
Me vi en tus brazos acariciándote las patillas,
jugando contigo con un tren verde,
o con el teléfono rojo de teclas amarillas,
agarrado a tu cintura en tu bicicleta naranja
o sentados en la nieve a los pies de la casa,
esperando como un cachorro
a que me dieras las sardinas en arenque
cuando llegabas del trabajo,
en tus hombros el domingo de carnaval,
en tu barriga durmiendo la siesta,
entre las barcas en la playa de la Fontanilla
viendo cómo los peces luchaban contra su destino,
ilusionado mientras formabas mi barco de piratas,
comiendo churros de los gordos
antes de perdernos en el rastrillo de herramientas
que no hacían más que achicar tu alacena,
ansioso por ir contigo el día del Corpus
estrenando unos pantalones como los tuyos,
hundido en aquel abrazo eterno
cuando el aguijón del dolor me rompió por completo,
feliz por ver a mis hijos dormirse en tus brazos.
Te vi lleno de orgullo,
de mis palabras y de mis actos.
Vi tu alegría y tus historias,
y tu prudencia y tus silencios,
roto con mi pena, que fue la tuya,
inmensamente lleno del amor de todos
y del agradecimiento, y del respeto.
El final no pierde su nombre con mis recuerdos,
no deja de ser triste cuando lo adorno,
pero ese lazo invisible me socorre de perderte,
me sirve para poder pensarte, contarte o sentirte.
La línea inquebrantable que separa el mar del resto,
el susurro del viento entre los escombros,
el espejo en el que quiero que me recuerden
cuando mi cielo también sea tu cielo.

Comentarios

Entradas populares